sábado, 25 de octubre de 2025

 

¿Embajadores… pero de qué reino?


Una y otra vez escuchamos en nuestras iglesias, reuniones y conferencias sobre “el propósito”. Hablamos de “ser luz”, de “impactar el mundo”, de “cumplir la Gran Comisión”. Son frases que resuenan con familiaridad, casi como un eco constante en nuestros oídos. Sin embargo, en medio de tantas palabras, hay una que parece estar en el centro de todo y, a la vez, ser una gran desconocida: el Reino de Dios.

Nos cuesta entender a profundidad qué significa ser embajadores del Reino –un título de inmenso honor–, simplemente porque no hemos dedicado tiempo a conocer el Reino mismo. ¿De qué Reino somos representantes? ¿Cuáles son sus características? ¿Dónde se manifiesta?

La Palabra es clara al definirlo:
“Porque el reino de Dios no es cuestión de comidas o bebidas, sino de justicia, paz y gozo en el Espíritu Santo” (Romanos 14:17).
No se trata de ritos externos, ni de posiciones, ni de logros humanos. El Reino de Dios es una realidad espiritual que se expresa en justicia, gozo y paz a través del Espíritu Santo.

Pero… ¿quiénes tienen este Reino? Aquellos que han nacido de nuevo, los que han recibido a Cristo en su corazón. Si Él habita en nosotros, el Reino también está dentro nuestro. El problema no es que nos falte, sino que lo desconocemos. No hemos cultivado esa búsqueda interior de lo que ya poseemos.

Y es aquí donde la identidad cobra sentido. En 2 Corintios 5:20 se nos confirma: “Así que somos embajadores en nombre de Cristo…”. Un embajador no representa sus propios intereses; representa a su rey, su gobierno, su cultura y su misión.

Cuando entendemos esto, nuestra mirada cambia. Empezamos a ver a las personas no desde su condición, sino desde su necesidad espiritual, tal como Romanos 3:23 lo expone: “por cuanto todos pecaron y están destituidos de la gloria de Dios”. Dejamos de juzgar y empezamos a interceder, a extender gracia, a reflejar el carácter del Rey.

Entonces, el propósito deja de ser una búsqueda complicada. Se vuelve claro, tangible, urgente. Como iglesia, como cuerpo de Cristo, estamos llamados a cumplir lo que Jesús nos encargó:
“Por tanto, vayan y hagan discípulos…” (Mateo 28:19).

Predicar el evangelio no es una opción; es la razón por la que estamos aquí. Es la misión de todo embajador del Reino: dar a conocer las buenas nuevas de que hay un Rey, un gobierno eterno, y que todos están invitados a entrar en él.

Hoy te invito a reflexionar:
¿Estás viviendo como un verdadero embajador?
¿Conoces el Reino que representas?
No busques más afuera lo que ya tienes dentro.
Busca primero el Reino de Dios… y todo lo demás será añadido.
Incluido el propósito.

 

Permanecer en Cristo: La Decisión que Va Más Allá del Primer Amor


Cuando el Evangelio llega a nuestra vida, se produce un milagro: un nuevo nacimiento. Nacemos por fe a una vida nueva, llenos de esa luz y gozo inicial que todo lo transforma. Es el primer amor con Cristo, un momento inolvidable. Pero, ¿qué sucede cuando llegan las tormentas? Un gran porcentaje de los creyentes, al enfrentar la adversidad, comienzan a dudar. Las bendiciones que una vez fueron tan tangibles parecen desaparecer, y las preguntas que nos apararece son : ¿Fue real? ¿Dios se olvido de mi?

La respuesta es clara y contundente: Dios nunca nos muestra la luz de la salvación para quitárnosla. El problema no es la fidelidad de Dios, que es eterna, sino nuestro entendimiento de lo que aceptamos al nacer de nuevo. Al recibir a Cristo, no firmamos por una vida de bienestar temporal, sino que aceptamos una vida ligada a Jesús, guiada por el Espíritu Santo y en completa dependencia del Padre. El compromiso del Evangelio es radical: es vivir por Cristo y para Cristo.

Entonces, si la promesa es segura, ¿qué es lo que me impide permanecer en Cristo? ¿Qué frena mi crecimiento?

Jesús nos da la clave en Juan 15 con una imagen poderosa: la vid y los pámpanos. Él es la vid, nosotros las ramas. Y nos deja una instrucción crucial: "Permaneced en mí, y yo en vosotros". El permanecer no es un consejo, es un mandamiento que define todo.


Jesús dice: "Ya estáis limpios por la palabra que os he hablado" (Juan 15:3). La salvación es un hecho, somos hechos nuevos. Pero la vida fructífera depende de nuestra conexión continua con Él. Separados de la vid, la rama se seca. No es que perdamos la salvación, sino que perdemos la vitalidad, el propósito y la eficacia.


"El que en mí no lleva fruto, será quitado" (Juan 15:2). Un fruto central de permanecer en Cristo es una vida con propósito. No es solo actividad religiosa, es la manifestación visible del carácter de Cristo en nosotros: amor, gozo, paz, paciencia. Si no hay fruto, es señal de una conexión rota. Nos cuestionamos las bendiciones de Dios cuando nosotros, en nuestra desconexión, hemos dejado de producir la evidencia de su vida en nosotros.


"Si permanecéis en mí, y mis palabras permanecen en vosotros, pedid todo lo que queráis, y os será hecho" (Juan 15:7). La oración efectiva no es un cheque en blanco; es el resultado de una vida tan alineada con la voluntad de Cristo que nuestros deseos se conforman a los suyos. Pedimos lo que Él quiere, y por eso recibimos.

¿Qué nos frena? A menudo, son cosas que nos cuesta entregar: el orgullo, la autosuficiencia, los ídolos del corazón, el amor al mundo. Queremos a Jesús cuando estamos de ánimo, pero le relegamos cuando su camino choca con nuestro comfort.

Permanecer es una decisión diaria, consciente y deliberada. Es elegir la vid por encima de la rama independiente que cree que puede, pero que termina secándose. Hoy es un buen día para examinarnos: ¿Estoy permaneciendo o solo visitando a Cristo ocasionalmente? La decisión de permanecer es la que transforma la fe del primer amor en una fe inquebrantable, capaz de superar toda duda y toda tormenta.

"Como el pámpano no puede llevar fruto por sí mismo, si no permanece en la vid, así tampoco vosotros, si no permanecéis en mí" (Juan 15:4).


 

La seguridad eterna que tenemos en Cristo


Una de las preguntas que con más frecuencia escucho entre hermanos en la fe es: “¿Cómo puedo estar seguro de mi salvación?”. Es una inquietud que nace de la batalla espiritual, de los altibajos emocionales o simplemente de no haber profundizado lo suficiente en lo que la Palabra de Dios nos dice al respecto.

En Romanos 8:38-39, el apóstol Pablo nos entrega una verdad que debería llenarnos de completa confianza: “Porque estoy convencido de que ni la muerte, ni la vida, ni ángeles, ni principados, ni lo presente, ni lo porvenir, ni los poderes, ni lo alto, ni lo profundo, ni ninguna otra cosa creada nos podrá separar del amor de Dios que es en Cristo Jesús, nuestro Señor.”

¿te pusiste a pensar los que significa ? Si nada nos puede separar del amor de Cristo, entonces nuestra salvación no depende de nuestros altos y bajos, sino de la fidelidad de Dios. Él no nos salva para luego abandonarnos.

Lo que Dios hace en nosotros es eterno. Sin embargo, muchos creyentes viven como si su salvación estuviera en juego constantemente. Se olvidan de que, al aceptar a Cristo en el corazón, fuimos sellados por el Espíritu Santo de la promesa (Efesios 1:13). Es un sello divino, no un sentimiento pasajero.

 

También nos pasa que, aunque celebramos el perdón de los pecados  a veces nos quedamos estancados en esa etapa inicial. No avanzamos hacia el conocimiento profundo de lo que implica ser hijos de Dios.

Como dice Romanos 6:1-2: “¿Qué diremos, entonces? ¿Perseveraremos en el pecado para que la gracia abunde? ¡De ninguna manera! Nosotros, que hemos muerto al pecado, ¿cómo podemos seguir viviendo en él?” Dios no solo nos perdonó; nos dio vida eterna. Y esa vida está en Su Hijo. Como escribió Juan: “Y este es el testimonio: que Dios nos ha dado vida eterna, y esta vida está en su Hijo. El que tiene al Hijo tiene la vida; el que no tiene al Hijo de Dios no tiene la vida” (1 Juan 5:11-12).

Si Él mismo nos ha dado vida eterna y estamos en Cristo, ¿por qué dudamos? La pregunta que tenemos que  hacernos no es “¿He sido lo suficientemente bueno?”, sino “¿He recibido realmente a Jesús en mi corazón?”. Si Él ya entró en tu vida, tu salvación está segura. No por tus méritos, sino por Su gracia.

Reflexionemos hoy: si aún hay inseguridad, quizás sea el momento de invitar a Cristo no solo como Salvador, sino como Señor de todo nuestro ser. Que esta verdad nos lleve a vivir en libertad, gratitud y plena confianza en Aquel que comenzó en nosotros la buena obra, y la perfeccionará hasta el día de Cristo Jesús (Filipenses 1:6).

Bendiciones.

 

Mi Identidad en Cristo: El Antídoto contra la Condenación



Vivimos en una una sociedad que constantemente nos define por lo que hacemos, lo que tenemos o lo que hemos logrado, la Palabra de Dios nos revela una verdad transformadora: nuestra identidad no se basa en nuestro desempeño, sino en nuestra posición en Cristo.

Muchos creyentes viven derrotados, no porque Dios los haya abandonado, sino porque aún no compendieron quiénes son realmente en Cristo. El enemigo trabaja incansablemente para minar nuestra autoestima espiritual, recordándonos fracasos y limitaciones, con el único fin de alejarnos del propósito de Dios.

¿Qué dice la Biblia sobre nosotros?

· Juan 1:12: Somos hijos de Dios.
· 1 Corintios 6:19: Somos templo del Espíritu Santo.
· 1 Corintios 12:13: Hemos sido bautizados por un mismo Espíritu.
· Gálatas 2:20: Estamos muertos al pecado y vivos para Cristo.
· Colosenses 3:1: Nuestra mente debe estar en las cosas de arriba.
· Romanos 8:1: Ya no hay condenación para nosotros.
· Romanos 5:1: Hemos sido justificados por la fe.

Si Dios ya nos perdonó y nos dio una nueva identidad, ¿por qué insistimos en vivir bajo la culpa? La victoria no se alcanza esforzándonos más, sino descansando en lo que Cristo ya hizo por nosotros.

Si hoy te sentis que la lucha espiritual te supera, pregúntate lo siguiente : ¿realmente he creído que soy quien Dios dice que soy? ¿He dejado que su verdad habite en mi corazón no solo como doctrina, sino como realidad?

La fe que cambia todo no es la que solo repite versículos, sino la que los cree lo suficiente como para vivir como si fueran verdad. Porque lo son.

 

¿Y vos? ¿Estás viviendo  tu identidad en Cristo?

 

La Fe Auténtica: ¿Emoción o Devoción?


En los tiempos que corren, donde lo visual y lo emocional son primordial en casi todo el ámbito de la vida, la fe cristiana no escapa a esta tendencia.

Nos encontramos inmersos en una era de "worship emocional", donde canciones con estribillos pegadizos y predicaciones entretenidas que buscan más arrancar una sonrisa que provocar un quebranto corren el riesgo de diluir la esencia misma del Evangelio. Frente a esto, la Palabra nos interpela directamente: “No todo el que me dice: ‘Señor, Señor’, entrará en el reino de los cielos” (Mateo 7:21). Este versículo no es una sugerencia, es un llamado de atención urgente.

¿Cuántas veces confundimos la emoción de un momento con la devoción de una vida? Es fácil levantar las manos en un culto conmovedor, pero el verdadero culto agradable a Dios se vive en la obediencia cotidiana, en las decisiones que tomamos lejos de las miradas de los demás. La fe auténtica no se mide por la intensidad de nuestros sentimientos en un momento de éxtasis espiritual, sino por la profundidad de nuestra raíz en Cristo, que se revela en la tormenta.

La verdadera devoción es un compromiso que trasciende lo emotivo. Se demuestra en la intimidad con Dios en la quietud de la mañana, cuando nadie ve. Se valida en el servicio al prójimo, en ese amor práctico que no espera nada a cambio. Se fortalece en la fidelidad en lo secreto, en la integridad que se mantiene incluso cuando hay oportunidad de transgredir sin consecuencias aparentes.

No estoy en contra de la emoción. ¡Dios nos hizo seres emocionales! Pero cuando la emoción se convierte en el combustible principal de nuestra fe, estamos construyendo sobre arena. La fe que persevera es la que está cimentada en la Roca, en una relación profunda, de conocimiento de la Palabra y de obediencia, aunque no "sienta" nada.

Hagámonos esta pregunta incómoda pero necesaria: ¿Busco a Dios por lo que siento cuando lo alabo, o lo busco a Él por quien Él es, independientemente de mi estado anímico? La adoración que agrada a Dios es en espíritu y en verdad. No se trata de sensaciones, se trata de entrega. No se trata de espectáculo, se trata de santidad.

Que nuestra conversación hoy no sea solo otra más. Que sea un punto de inflexión. Dejemos de conformarnos con una fe superficial y aspiremos a una devoción radical, la misma que tuvo aquel que dijo "hágase tu voluntad" en Getsemaní, cuando la emoción humana le pedía huir. Esa es la fe que transforma.

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